lunes, 13 de junio de 2011

Resolveos a no ser esclavos y seréis libres

Étienne La Boétie;
Sobre la servidumbre voluntaria (fragmento)

ADMIRABLE ES EL PRODIGIO QUE OBRA LA LIBERTAD
en el corazón de sus defensores. Pero lo que sucede en todos los países, con todos los hombres y todos los días, que un solo hombre pueda esclavizar cien mil ciudades y privarlas de sus derechos. ¡Quién lo creyera a no haberlo oído con certeza o visto con sus propios ojos! Si se refiriera únicamente como cosa acontecida en países extraños y tierras remotas, se creería más bien ser un esfuerzo de invención que el puro idioma de la verdad.
Pero ello es así, y aún más prodigioso si se considera que este tirano sería destruido por sí mismo, sin necesidad de combate ni de defensa, con tal que el país no consintiera en sufrir su yugo; no quitándole nada sino con dejar de darle. Si un país trata de no hacer ningún acto que pueda favorecer al despotismo, basta y aún sobra para asegurar su independencia.

Los pueblos deben atribuirse a sí mismos la culpa si sufren el dominio de un bárbaro opresor, pues que cesando de prestar sus propios auxilios al que los tiraniza recobrarían fácilmente su libertad. Es el pueblo quien se esclaviza y suicida cuando, pudiendo escoger entre la servidumbre y la libertad, prefiere abandonar los derechos que recibió de la naturaleza para cargar con un yugo que causa su daño y le embrutece. Al ser necesario un gran esfuerzo para recobrar la libertad, no fueran tan vivas y justas mis reconvenciones. No hay cosa más dulce para el hombre que reponerse en su derecho natural, o por decirlo mejor, de bruto pasar a ser hombre. Con todo, no exijo de él tanto arrojo, acepto que prefiera no sé qué seguridad viviendo en la miseria a la dudosa esperanza de vivir a su antojo. ¿Acaso no se consigue la libertad con sólo desearla? Y si basta un simple deseo, ¿qué nación habrá en el globo que aún la considere demasiado cara, pudiéndola obtener con sólo quererla? ¿Habrá voluntad a que repugne el recobrar un bien tan precioso aún al precio de su sangre y que una vez perdido, toda persona de honor no soporta su existencia sino con tedio y espera la muerte con regocijo? A manera que el fuego de una pequeña chispa se hace grande y toma fuerza a proporción de los combustibles que encuentra, y con sólo no darle pábulo se acaba por si mismo perdiendo la forma y nombre de fuego sin necesidad de echarle agua; así los tiranos a quienes se les sirve y se adula cuantos más tributos exigen, más poblaciones saquean y más fortunas arruinan, así se fortifican y se vuelven más fuertes y frescos para aniquilarlo y destruirlo todo; cuando, con sólo no obedecerles y dejando de lisonjearles, sin pelear y sin el menor esfuerzo, quedarían desnudos y derrotados, reducidos otra vez a la nada de que salieron. Cuando la raíz no tiene jugo bien pronto la rama se vuelve seca y muerta.


Para conseguir el bien que desea, el hombre emprendedor no teme ningún peligro, el trabajador no escatima ningún esfuerzo. Sólo los cobardes y los perezosos no saben ni soportar el mal, ni recobrar el bien que se limitan a desear. La energía de procurárselo se la roba su propia cobardía; no les queda más que el natural anhelo de poseerlo. Este deseo, esta voluntad innata común a los sabios y a los locos, a los audaces y a los cobardes, les hace apetecer todas aquellas cosas cuya posesión les haría felices y contentos. Hay una sola que los hombres, no se por qué, no tienen ni siquiera fuerza para desearla. Es la libertad, ese bien tan grande y dulce, que cuando se pierde, todos los males sobrevienen y que, sin ella, todos los otros bienes, corrompidos por la servidumbre, pierden enteramente su gusto y sabor. Sólo a la libertad los hombres la desdeñan, únicamente, a lo que me parece, porque si la deseasen la tendrían: como si se rehusasen a hacer esa preciosa conquista porque es demasiado fácil.


¡Hombres miserables, pueblos insensatos, naciones envejecidas en vuestros males y ciegas cuando se trata de vuestra felicidad! ¿Cómo os dejáis arrebatar lo más pingüe de vuestras rentas, talar vuestros campos, robar vuestras casas y despojarlas de los muebles que heredasteis de vuestros antepasados? Vivís de manera que pudierais asegurar que nada poseéis, y aún tendríais a gran dicha el ser verdaderos propietarios de la mitad de vuestros bienes, de vuestros hijos y hasta de vuestra propia existencia. ¿De qué provendrá esta calamidad, este estrago, esta ruina? ¿Acaso de los enemigos? No por cierto: pero sí proviene del enemigo, de aquel Uno que vosotros engrandecéis, de aquel por quien os sacrificáis tan valerosamente en la guerra, ofreciendo vuestros pechos a la muerte para conservarle en su tiranía. Este poderoso que os avasalla, este tirano que os oprime, sólo tiene dos ojos, dos manos, un cuerpo, ni más ni menos que el hombre más insignificante de vuestras ciudades. Si en algo os aventaja es en el poder que le habéis consentido de destruirnos. ¿De dónde adquiriera él tantos ojos para acecharos si vosotros no se los facilitaseis? ¿Cómo tuviera tantas manos para subyugaros si no las tomara de entre vosotros? ¿Con qué pies hoyará vuestras ciudades sino con los vuestros? ¿Cómo ejerciere el despotismo sobre vosotros sino mediante vosotros? ¿Cómo se atrevería a perseguiros si no estuviera de acuerdo con vosotros? ¿Qué mal pudiera haceros a no constituiros en encubridores de sus rapiñas, cómplices del asesino que os mata y traidores a vosotros mismos? Sembráis, y si recoge el fruto de vuestros sudores; adornáis las habitaciones, y él dispone de vuestros muebles; educáis hijas honestas y tímidas, y si las sacrifica a su lujuria; alimentáis a vuestros hijos y si os los arrebata para llevárselos a sus guerras y conducirles al matadero después de haber servido a sus antojos y ejecutado sus venganzas: vosotros sufrís todo el peso del trabajo, y si a costa de vuestros afanes nada entre infames delicias y viles placeres; vosotros os debilitáis mientras él se robustece para mejor oprimiros. Y cuando para libraros de tanta infamia, que hasta los animales se avergonzaran de sufrirla a ser capaces de conocerla, os basta no sólo con intentar libraros de él, sino con querer hacerlo ¿permanecéis no obstante indiferentes y fríos espectadores de vuestra deshonra?

Resolveos a no ser esclavos y seréis libres. No se necesita para esto pulverizar el ídolo, será suficiente no querer adorarlo; el coloso se desploma y queda hecho pedazos por su propio peso, cuando la base en que se sostenía llega a faltarle.


Puedes descargar el ensayo completo "Sobre la servidumbre voluntaria" de Étienne La Boétie en (formato .pdf) o (para tu dispositivo móvil)

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