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La aceptación materialista de la vida apenas admite definiciones literarias. Las peores obras del realismo están llenas de esos seres bajamente pasivos, a quienes la vida contenta por la sensación. No se los confunda con las viciosos, no; porque éstos pertenecen a la categoría de los protestantes, de los que transforman la materia. La aceptación materialista de la vida tampoco se habrá de confundir con la materia misma. La materia en si es cosa grande, y –observa William James- hay operaciones de la materia que valen por muchas del espíritu: una sola chispa eléctrica es ya mejor que varios discursos de un imbécil. No hemos de estar contra las piedras, que son cosa noble y sencilla, sino contra los cerebros que se petrifican. Pero si una piedra quisiera pensar por su cuenta, ¿tendríamos la obligación natural de hacerla callar, de apedrearla? Lo dudo. Los hombres se han arrodillado siempre junto a las piedras que hablan, y aún podemos creer que tal es el origen de las ciudades, ahora vagamente recordado por las estatuas ecuestres de los héroes. Los niños, en quienes el sentido del mundo es más puro que entre los adultos, no se equivocan en esto, como en muchas otras apreciaciones vitales, y siempre se han parado extáticos y adorantes, ante las fuerzas que se superan, ante el pájaro que habla, el árbol que canta y el agua de siete colores que sube al cielo.
Alfonso Reyes.
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